PREGUNTAS FRECUENTES

TRASTORNOS DEL ESPECTRO AUTISTA
Una publicación que responde a las ”preguntas más frecuentes”
planteadas en el autismo.
Grupo de Estudio de Trastornos del Espectro Autista
Instituto de Investigación de Enfermedades Raras- Instituto de Salud Carlos III
(Edición Noviembre 2004.)
1. ¿Es lo mismo hablar de autismo, de trastornos generalizados del desarrollo o de trastornos del
espectro autista?

A fin de evitar la confusión generada por el uso sinónimo de términos que en realidad no lo son, es preciso
clarificar, a riesgo de resultar redundantes, estos conceptos, y aclarar las normas de uso seguidas en la
elaboración de esta sección de preguntas más frecuentes.
El término “autismo” se emplea generalmente, tanto en medios de comunicación como en entornos
profesionales o asociativos, para definir sintéticamente a todos los trastornos incluidos en la actualidad bajo
la denominación de “Trastornos Generalizados del Desarrollo”. De hecho no es un término que ya
aparezca, como tal, aisladamente, en las clasificaciones internacionales. Hay también personas que utilizan
el término autismo de una manera opuesta, es decir, restrictiva, para describir exclusivamente el trastorno
autista contenido en los manuales clasificatorios, e incluso, únicamente al trastorno identificado
originalmente en 1943 – llamándolo entonces “autismo de Kanner”.
La clasificación psiquiátrica de mayor proyección internacional: el DSM de la Asociación Psiquiátrica
Norteamericana habla de “Trastornos Generalizados del Desarrollo-TGD” (que incluyen el trastorno autista,
el trastorno de Asperger, el trastorno desintegrativo infantil, el trastorno generalizado del desarrollo no
especificado - TGD NE, y el trastorno de Rett); y la clasificación CIE, de la Organización Mundial de la
Salud, utiliza también el término “Trastornos Generalizados del Desarrollo”, aunque luego su listado no sea
idéntico al utilizado en el sistema DSM. Cabe señalar que esta denominación no es, en realidad,
estrictamente correcta, ya que el desarrollo no está afectado de manera “generalizada” en estas personas.
Por último, se viene utilizando en la actualidad el término “Trastornos del Espectro Autista – TEA”, y así lo
ha hecho en su propia denominación el Grupo de Estudio responsable de este sitio WEB. La experiencia
acumulada en los últimos años ha mostrado que existe una gran variabilidad en la expresión de estos
trastornos. El cuadro clínico no es uniforme, ni absolutamente demarcado, y su presentación oscila en un
espectro de mayor a menor afectación; varía con el tiempo, y se ve influido por factores como el grado de
capacidad intelectual asociada o el acceso a apoyos especializados. El concepto de TEA trata de hacer
justicia a esta diversidad, reflejando la realidad clínica y social que afrontamos. No es sin embargo un
término compartido universalmente, e incluye a los mismos trastornos integrados en los TGD, a excepción
del Trastorno de Rett, que se entiende como una realidad diferente al universo del autismo.
La utilización de todos esos términos han ido variando con el tiempo; siendo probable que se modifiquen en
el futuro. En todo caso, su existencia refleja, aunque confunda, el creciente conocimiento en este campo. El
término TEA facilita la comprensión de la realidad social de estos trastornos e impulsa el establecimiento de
apoyos para las personas afectadas y sus familias. No obstante, para la investigación es imprescindible la
utilización de clasificaciones internacionales, la delimitación de los subgrupos específicos y la cuidadosa
descripción de sus características.
En esta sección de preguntas frecuentes, básicamente orientada hacia la divulgación entre
colectivos no especializados, se utilizará, por economía del lenguaje, el término “autismo” para
incluir todos los TGD descritos en los manuales clasificatorios o los TEA en su nueva designación.
Únicamente, cuando los datos aportados se refieran específicamente a alguno de los trastornos en
cuestión, se designará el trastorno citado.
2
A fin de simplificar la redacción de esta documentación, se ha utilizado el término genérico de personas o
el masculino para referirse tanto a las niñas como a los niños con autismo. Aún considerando la necesidad
de un lenguaje que no discrimine por razón de género, esta opción se fundamenta en la mayor prevalencia
de los trastornos entre los varones.
2. ¿Cómo se diagnostica el autismo?
El autismo es un trastorno del desarrollo infantil. Esto es, se trata de un trastorno que se manifiesta en los
primeros tres años de la vida y que se caracteriza porque no aparecen – o lo hacen de modo claramente
desviado de lo esperable - algunos aspectos normales del desarrollo: las competencias habituales para
relacionarse, comunicarse y jugar o comportarse como los demás.
El diagnóstico se establece cuando se observan los síntomas característicos. No hay un test o prueba
médica que diga si una persona tiene o no autismo. El diagnóstico se hace observando la conducta de la
persona, conociendo su historia del desarrollo y aplicando una batería de pruebas médicas y psicológicas
para detectar la presencia de los signos y síntomas del autismo. A pesar de que el juicio clínico se basa en
la observación del niño, los actuales criterios internacionales utilizados tienen la fiabilidad suficiente para
asegurar, en mayor medida que en otros trastornos psiquiátricos infantiles, la validez del diagnóstico.
También, contamos ahora con sistemas estructurados de obtención de información, como la entrevista ADIR
y sistemas estructurados de observación como el ADOS-G, que confieren todavía una mayor fiabilidad a
la clasificación diagnóstica.
Aunque obviamente se persigue hacer el diagnóstico lo antes posible, esto no es óbice para que pueda
hacerse más tardíamente, como en adultos que no han sido previamente diagnosticados; en casos
especialmente complejos, en los que se debe esperar a valorar su evolución; o en el trastorno de Asperger
que se suele manifestar más claramente al inicio de la edad escolar.
3. ¿Cuáles son los síntomas mas frecuentes del autismo en niños pequeños?
No todos los niños presentan todos los síntomas descritos como clásicos y ninguno de ellos es
patognomónico o decisivo. Consecuentemente, la ausencia de cualquiera de ellos no es excluyente del
diagnóstico de autismo. Aunque algunos estudios e informes familiares señalan anomalías observables en
los primeros 12 – 18 meses de vida, es actualmente a partir de los 24 meses cuando se aprecian, con
mayor intensidad, los síntomas característicos. El desarrollo del lenguaje, en los primeros años de vida,
presenta un retraso significativo o características peculiares en una mayoría de personas con TEA.
En niños de alrededor de dos años de edad, los síntomas más frecuentes son: la ausencia de una mirada
normal a los ojos; el no compartir interés o placer con los otros; la falta de respuesta al ser llamado por su
nombre; el no “llevar y mostrar” cosas a los demás, y el no señalar con el dedo índice.
4. ¿Cuáles son los síntomas característicos del autismo?
a) Alteraciones cualitativas en la interacción social
Las alteraciones sociales son el principal síntoma del autismo. Estas personas encuentran difícil
ajustar su comportamiento al de los demás, ya que no entienden muy bien las convenciones y
normas sociales. Suelen tener problemas para compartir el mundo emocional, el pensamiento y los
intereses.
No les resulta sencillo apreciar las intenciones de los demás, desarrollar juegos y hacer amigos. En
consecuencia, el mundo social no les resulta fácil y en muchas ocasiones no les interesa,
mostrando aislamiento. Estas limitaciones sociales son especialmente marcadas en la infancia,
atenuándose un poco a lo largo de la vida; ya que su interés social va aumentando
espontáneamente y ello favorece el aprendizaje de nuevas competencias.
3
b) Alteraciones cualitativas de la comunicación
Los primeros estudios realizados en el autismo identificaban que un 50% de los personas afectadas
no desarrollaban lenguaje hablado funcional a lo largo de su vida (si tenemos en cuenta el actual
concepto de TGD o TEA, este porcentaje disminuye sensiblemente). Existen otros casos, que
empiezan a hablar y que luego pierden su lenguaje.
Frecuentemente, aquellos que desarrollan el habla lo hacen con ciertas características peculiares:
ecolalia, perseveración, inversión pronominal, entonación anormal, etc. Lo más característico es el
que el lenguaje no es utilizado de manera social para compartir experiencias y vivencias;
presentando dificultad para iniciar o mantener una conversación recíproca; comprender sutilezas,
bromas, ironía o dobles intenciones. Este fallo de la comunicación verbal se acompaña además de
pobreza o ausencia de la comunicación no verbal: gestos, posturas o expresiones faciales que
acompañan normalmente al habla o la sustituyen.
c) Patrones restringidos de comportamiento, intereses y actividades
Las personas con autismo presentan intereses especiales, que no son frecuentes en otras personas
de su edad (fascinación por partes de objetos, piezas giratorias, letras o logotipos, etc.), aunque lo
más característico es que no comparten sus intereses con los demás. Pueden aparecer
movimientos corporales estereotipados (aleteos, giros sobre uno mismo, balanceo, deambulación
sin funcionalidad, etc.). El juego tiende a ser repetitivo y poco imaginativo (hacer hileras,
agrupamientos, fascinación por contar y repetir, etc.). Muchas personas presentan ansiedad ante
los cambios de sus rutinas y/o del entorno (horarios, recorridos, objetos o personas que cambian su
ubicación o postura, etc.). En las personas con mayor capacidad intelectual sus intereses
restringidos son más sofisticados y pueden incluir el hacer colecciones, listados, recopilar datos
sobre temas específicos: astronomía, monedas, mapas, trenes, programas informáticos, etc. En
todo caso, normalmente no están interesados necesariamente en compartir su conocimiento de
manera recíproca.
Aunque no están recogidos en los actuales criterios diagnósticos, muchas de estas personas,
especialmente durante su infancia, padecen fenómenos de hipo e hipersensibilidad a los estímulos
sensoriales. Esta alteración sensorial puede explicar fenómenos frecuentemente observados como
por ejemplo, taparse los oídos, no tolerar determinados alimentos o tejidos, rechazar el contacto
físico, autoestimularse con la saliva o mirando reflejos ópticos, o responder inusualmente al dolor.
Los síntomas y criterios oficiales para el diagnóstico están recogidos en el documento
Definición del Trastorno .
5. ¿Tienen las personas con autismo retraso mental?
Muchos estudios han establecido que hasta un 70% de las personas con autismo presentan,
además, una discapacidad intelectual (nuevo término para denominar al retraso mental), que puede
oscilar desde tener un Cociente Intelectual en el rango de ligero a profundo. Las nuevas
investigaciones, que incluyen los TGD o TEA, sugieren un porcentaje menor que el citado. La
capacidad intelectual en el autismo puede ser armónica o disarmónica, con “picos” aislados de
marcada competencia.
El grado de posible discapacidad intelectual asociada tiene importancia a la hora de determinar el
tipo de apoyos que van a ser necesarios, e influye en el pronóstico que se va a hacer en relación a
la vida adulta de la persona.
4
6. ¿Cuáles son las diferencias entre el trastorno de Asperger, el trastorno autista y la
denominada persona “de alto nivel de funcionamiento” con autismo?

Para ser diagnosticado de trastorno de Asperger la persona no ha debido tener retraso en la
adquisición del lenguaje (aunque manifieste las dificultades descritas anteriormente en el apartado
4b) y su cociente intelectual debe situarse en los límites de la normalidad. Ambos aspectos son
esenciales para el diagnóstico y diferencian el Asperger del resto de los TGD o TEA.
Muchos expertos cuestionan el que se requiera una ausencia de retraso en el lenguaje como
elemento clave para el diagnóstico, ya que, en realidad, muchas personas diagnosticadas de
trastorno de Asperger habían presentado, de hecho, cierto retraso en la adquisición del habla. Los
sistemas internacionales actuales de clasificación provocan cierta confusión, ya que basta con
utilizar “palabras a los dos años” y “frases comunicativas a los tres”, para tipificar un desarrollo
“normal” del lenguaje; lo que realmente no refleja la complejidad de un posible retraso en el
lenguaje y la comunicación.
El concepto de “alto nivel de funcionamiento” no está aceptado en los manuales clasificatorios.
Normalmente se suele utilizar para las personas con autismo que presentan inteligencia límite; o
para aquellas sin discapacidad intelectual, pero con retraso del lenguaje. La diversidad en la
interpretación del término desaconseja su uso hasta que se establezca, si se establece, una
definición que sea válida, fiable y útil.
7. ¿Se asocia el autismo con otros trastornos?
El autismo se puede asociar con cualquier otra enfermedad o trastorno del desarrollo, psicomotor,
sensorial, emocional o del comportamiento. De hecho las personas con estos trastornos tienen
mayor vulnerabilidad para otros problemas que la población general. El origen de esta
vulnerabilidad es doble: por una lado existen ciertas enfermedades que afectan al cerebro que se
presentan con una mayor frecuencia de lo esperable (epilepsia, esclerosis tuberosa,
neurofibromatosis, Síndromes de Angelman, Williams, Fragilidad X, etc.). Por el otro, el tener que
adaptarse a un entorno que no comprenden o que no está adaptado a sus necesidades influye a la
hora de generar otros problemas: ansiedad, depresión, conductas violentas, obsesiones, trastornos
alimenticios o del sueño, etc.
Los primeros estudios que señalaban una frecuencia de un 30% de epilepsia en las personas con
autismo (especialmente en casos de convulsiones de inicio en la pubertad), no están actualmente
confirmados; estableciéndose que esta cifra es menor si se consideran todos los TGD o TEA.
8. ¿Con que frecuencia ocurre el autismo?
Los estudios muestran que los TGD o TEA son bastante más frecuentes de lo que se pensaba cuando aún
no conocíamos la variedad con la que estos trastornos se manifiestan. Así, hemos pasado de identificar un
caso de autismo por cada 2.500 niños hace veinticinco años, a aceptar que los problemas afectan a uno de
cada 170 o 250 niños, entendiendo que estas cifras actuales incluyen todo el espectro; abarcando los casos
más leves y de alto funcionamiento. A pesar de que existen numerosas razones para justificar este
“aumento” por una más precisa identificación (con criterios diagnósticos más cercanos a la realidad;
sofisticadas estrategias epidemiológicas; formación de profesionales; mejora de los registros digitalizados;
mayor concienciación social y familiar, necesidad de contar con un diagnóstico de autismo para acceder a
determinados servicios, etc.), ciertos autores sostienen que hay, además, un aumento real por otras causas
(como podrían ser factores tóxicos, migratorios o porque algunas personas con trastorno de Asperger están
accediendo a empleos que les permiten establecer una familia - algo que no era posible con anterioridad al
desarrollo de empresas de nuevas tecnologías donde sus competencias fuesen valoradas).
Los TGD o TEA son tres o cuatro veces más frecuente en varones que en mujeres. Esta relación es
dependiente del grado asociado de discapacidad intelectual. Así entre las personas con trastorno de
Asperger la relación hombre / mujer es de 8 a 1; y en el colectivo con discapacidad profunda la relación es 1
a 1. El Síndrome de Rett afecta casi universalmente a mujeres. El trastorno desintegrativo infantil se
presenta por igual en hombres que en mujeres.
5
En familias que ya han tenido una hija o un hijo con autismo se identifican, a veces, otras formas “menores”
del trastorno en los padres o entre los hermanos. Estas formas, incluidas en el denominado fenotipo
autístico, apuntan a la diferente expresión genética de estos problemas.
9 ¿Cuáles son las causas del autismo?
Hace más de medio siglo, de acuerdo con las teorías imperantes en aquella época, se interpretó
erróneamente que estos trastornos eran causados por los propios padres, que con su frialdad generaban
estos problemas en sus hijos. Afortunadamente este cruel error ya ha sido subsanado. Todas las
instituciones científicas internacionales reconocen que el autismo se debe a anomalías del sistema nervioso
central, y tiene causas biológicas y no psicosociales.
En la actualidad, la evidencia científica plantea una visión multifactorial compleja, por interacción de
diversos factores, genéticos y ambientales, sin que todavía se conozca exactamente cuáles son y cómo
interactúan los posibles factores ambientales sobre la susceptibilidad genética. Entre los factores
ambientales, se han sugerido infecciones víricas (rubéola, herpes, citomegalovirus, etc.), complicaciones
obstétricas, administración de vacunas (aspecto controvertido que recientemente se ha absolutamente
descartado), intoxicaciones, intolerancia a ciertos alimentos y nutrientes, consumo de determinados
productos durante el embarazo, alteraciones gastrointestinales, etc. Hasta la fecha, la conclusión de los
numerosos grupos de trabajo es que no existe evidencia documentada de modo científico, que pruebe que
los factores ambientales estudiados sean por sí mismos causantes del autismo.
En contraposición, el autismo es considerado por los expertos como el más “genético” de los trastornos
neuropsiquiátricos en la infancia. La investigación actual indica que alrededor de un 3%
de los hermanos o mellizos de un niño con autismo tiene también el mismo trastorno (lo que es bastante
más que lo encontrado en la población general), y entre un 6 al 9% presentan algún tipo de TGD o TEA.
Asimismo, los familiares de afectados pueden presentar expresiones fenotípicas conductuales en mayor
proporción que la población general; con un rango variable de gravedad que incluya rasgos o dificultades
sociales o comunicativas significativas. Se ha sugerido que en el trastorno de Asperger el número de
familiares afectados, especialmente padres, es muy elevado. Además, se sabe que si un gemelo presenta
autismo, el 80% de las veces su hermano gemelar tiene también un TEA; esto es, a mayor igualdad
genética entre las personas, mayor concordancia clínica.
En un 5-10% de los casos, se identifica otros trastornos de base genética (duplicaciones del cromosoma 15,
esclerosis tuberosa, fragilidad X, fenilcetonuria, neurofibromatosis, etc.). El trastorno de Rett se identifica no
sólo por su clínica, sino por la comprobación de la alteración genética en el gen MECP2.
Los resultados de estudios multicéntricos de consorcios internacionales de investigación en casos de
familias con “incidencia múltiple” (esto es, al menos dos hijos con autismo), han identificado toda una serie
de marcadores genéticos en diversos cromosomas (2q, 7q, 13q, 16p, 17q, X, etc.), habiéndose calculado
que pueden existir 15 o más genes implicados, de los que entre 2 y 4 intervendrían en todos los casos, y
otros actuarían en distintas combinaciones (variaciones entre familias) que influirían en la gravedad o la
expresión del fenotipo (variaciones entre sujetos).
10. ¿Existen pruebas para detectar y diagnosticar el autismo?
El Grupo de Estudio ha elaborado unos documentos que responden detalladamente a esta
pregunta:
Guía de buena práctica para la detección temprana de los TEA.
Guía de buena práctica para el diagnóstico de los TEA
6
11. ¿Cuáles son los trastornos con los que debe hacerse un diagnóstico diferencial?
Llamamos autismo (o TGD o TEA) a un conjunto de características, de comportamientos observables, que
pueden o no venir asociados con otro trastorno conocido. Así, si una persona tiene una enfermedad
determinada, como la Fragilidad X o la Esclerosis Tuberosa, y tiene los síntomas de autismo, recibirá
ambos diagnósticos.
Es importante valorar formalmente el nivel de desarrollo o de capacidad intelectual, comunicativa y
adaptativa de la persona en la que se está realizando un diagnóstico. De esta manera, conociendo sus
niveles, se está en condiciones de juzgar con perspectiva la presencia de posibles síntomas de autismo.
Cuando se ven discrepancias entre la edad mental general y el desarrollo socio-comunicativo y la posible
tendencia a la rutinas, y aparecen diferencias cualitativas, características del autismo, se podrá establecer
el doble diagnóstico de discapacidad intelectual (antiguamente denominada retraso mental) y autismo (o
TGD o TEA). El diagnóstico de discapacidad intelectual no debería hacerse antes de los cinco años,
empleándose generalmente en este tiempo previo el término de Retraso Global del Desarrollo. Muchos
autores mantienen la limitada validez que tiene el hacer el doble diagnóstico de Discapacidad Intelectual y
TGD si la persona no supera un cociente intelectual de más de 20 puntos, ya que la presentación clínica y
las necesidades reales de la persona estarán básicamente determinadas por su discapacidad intelectual.
También hay que hacer el diagnóstico diferencial con los trastornos graves del desarrollo del lenguaje
(disfasias), en los que la sintomatología puede inicialmente coincidir y el diagnóstico firme ha de retrasarse
hasta conocer la respuesta al tratamiento; ya que en dichos trastornos se comprueba una mejoría llamativa
de las competencias sociales y de la comunicación. Existen otros trastornos, descritos por algunos autores,
que no están reconocidos en los manuales clasificatorios oficiales y que en ocasiones parecen solaparse
con los TGD o constituir formas precoces de otras enfermedades: el trastorno múltiple y complejo del
desarrollo (que sería una forma precoz de la esquizofrenia de inicio en la infancia); el trastorno esquizoide
de personalidad de inicio en la infancia (que se solaparía con formas completas o parciales del trastorno de
Asperger) o el Síndrome del Hemisferio Derecho (que también compartiría características con el trastorno
de Asperger).
Cabría destacar que existen muchas formas incompletas de autismo, que se deben codificar en el apartado
TGD NE de los sistemas de clasificación, anticipándose que contaremos con futuros sistemas que
permitirán diferenciar mejor este amplio subgrupo. En todo caso, el diagnóstico clínico es fundamental para
el avance del conocimiento, pero a la hora de establecer un programa personalizado de apoyo es al menos
tan importante el determinar sus necesidades de salud, educativas, culturales y sociales. Estos son los
elementos que individualizan a la persona dentro del variado espectro de estos trastornos y son los que
finalmente determinan el plan individualizado a seguir.
12. ¿Cómo se “explica” el autismo?¿Qué les ocurre a estas personas?
Los actuales estudios psicológicos y las pruebas de neuroimagen están contribuyendo a nuestra
comprensión de las alteraciones que presentan las personas con autismo. Así, desde la infancia, muchos
de ellas presentan dificultades para desarrollar lo que se denomina atención compartida con los demás,
esto es, compartir un mismo foco de interés con la persona que está a su lado. Asimismo muestran
dificultades en la comunicación no verbal como se ve en la escasa utilización que hacen de la mirada a los
ojos de los demás para obtener información (lo que se acompaña de una deficiente activación de áreas
específicas del cerebro), o en el uso de los gestos y expresiones faciales que acompañan al habla. La
comprensión de emociones y la respuesta afectiva, vinculadas a estructuras como la amígdala cerebral,
también están afectadas. A medida que el niño va siendo más mayor se aprecian sus limitaciones a la hora
de entender a los demás, de imaginar lo que la otra persona conoce o siente (lo que se llama “teoría de la
mente”, que utilizamos para entender los aspectos más complejos de la comunicación – como lo que
queremos decir, y no lo que decimos - y que se sitúa en áreas cerebrales específicas, como la corteza
frontal media y superior; la corteza cingulada anterior y el surco temporal superior). Posteriormente, se
comprueba la denominada falta de coherencia global o las deficiencias en el desarrollo de las funciones
ejecutivas, lo que se explica por el menor número de conexiones entre los lóbulos frontales y otras zonas
cerebrales.
7
La investigación actual apoya el considerar el autismo como el resultado mental y conductual de una
ineficaz “poda” neuronal en los primeros años de vida. El cerebro, desde el nacimiento, posee una compleja
red potencial de conexiones entre las neuronas y es en los primeros dos años de vida que el efecto
conjunto de la mediación de sustancias químicas – generadas por la acción de ciertos genes – y la
experiencia vital del niño, hace que esa red se estructure; desapareciendo conexiones no utilizadas y
organizándose aquellas que van a resultar esenciales. Los estudios de neuroimagen y autopsias sugieren
que este proceso de ineficaz poda podría ser uno de los mecanismos anatomopatológicos presentes en el
autismo, que alteraría el desarrollo de las funciones psicológicas que subyacen a los síntomas observables
en estos trastornos.
13. ¿Cómo se trata el autismo?
El Grupo de Estudio se ha propuesto elaborar, para el Otoño del año 2005, una Guía de Buena
Práctica en el Tratamiento de los TEA, que tratará de responder en detalle a esta pregunta y que será
accesible en este mismo sitio WEB.
Hay que destacar que existe un consenso internacional de que la educación y el apoyo social son los
principales medios de tratamiento. Estos aspectos han de ser complementados, en ocasiones, con la
medicación y con otros programas terapéuticos como los programas para problemas específicos de
conducta o la terapia cognitivo-conductual para los problemas psicológicos asociados en personas de más
alto nivel de funcionamiento.
La educación ha de ser intensiva (esto es, tratando de conseguir que las personas clave en la educación
del niño – padres y educadores – aprovechen todas las oportunidades naturales para aplicar el plan
individualizado y/o generándolas si no ocurriesen de manera natural, a fin de conseguir como media – tal y
como instituciones de referencia internacional han establecido – una dedicación de padres y educadores al
plan establecido de al menos 25 horas semanales, incluidos los contextos naturales). Esta es la manera de
conseguir que los niños aprendan nuevas competencias sociales, comunicativas, adaptativas y de juego, a
la vez que disminuir, en la medida que sea factible, los síntomas de autismo y otros problemas asociados
que pudieran presentar. La enseñanza organizada y estructurada, sea en contextos naturales – el hogar o
la comunidad – o en contextos específicos de aprendizaje – la escuela o servicios especializados, es la
intervención más eficaz y hay datos que apoyan que el recibir este tipo de intervención desde la temprana
infancia, esto es durante la educación pre-escolar, se asocia con un mejor pronóstico..
Además de este acuerdo de que la educación temprana es importante y de que la mayoría de los niños con
autismo responden favorablemente a programas educativos especializados y altamente estructurados, el
siguiente punto de consenso es que no existe un programa habilitador único e igual para todas las personas
afectadas. La diversidad entre ellos (gravedad, problemas asociados, edad, condiciones del entorno, etc.)
desaconseja plantear un tratamiento educativo idéntico para un joven con trastorno de Asperger y para otro
niño con una grave discapacidad por un trastorno desintegrativo de la infancia. Por tanto, la primera tarea
de cualquier programa incluye el determinar la justificación del mismo en cada caso determinado;
establecer cómo se va a medir el resultado y asegurar que el programa educativo se integra en la vida real
de la persona, en sus necesidades y en los deseos de sus representantes.
Un programa eficaz va construyendo competencias a partir del interés del niño (o fomentándolo
inicialmente), a menudo con un calendario predecible, enseñando tareas fraccionadas en pasos sencillos,
implicando activamente al niño en actividades altamente estructuradas y reforzando de maneras variadas
su comportamiento. La participación de los padres se ha identificado como un factor fundamental para el
éxito y la familia debe coordinarse con el profesorado y otros profesionales de apoyo a la hora de
determinar objetivos y sistemas de apoyo (comunicación aumentativa, ayudas visuales, uso de las nuevas
tecnologías, historias sociales, etc.). No hay que desdeñar la necesidad que los padres tienen de apoyo
para poder ser eficaces y permitirse llevar una vida semejante a la de los demás personas de su comunidad
(orientación, información, ayudas económicas o fiscales, apoyo en el hogar, “canguros” o programas de
ocio y estancias cortas, etc.).
La integración apoyada en el medio escolar ordinario permite que estos niños accedan a un medio social
estimulante, donde los demás niños puedan apoyarles a la vez que aprender a conocer cómo tratar a una
persona con discapacidad, aspecto clave ya que ellos y ellas serán los futuros padres de los futuros niños
8
con problemas. La política de ubicación escolar, en clase ordinaria, en clase especial o en un centro de
educación especial, varía de unas zonas a otras de nuestro país, pero hay que insistir en la necesidad de
establecer puentes entre unas y otros; a la vez que asegurar que se persiga la máxima inclusión social y
que la integración no signifique la pérdida de los apoyos especiales necesarios.
El grado de participación curricular del alumno va a depender de su capacidad personal y de la capacidad
del sistema en ofrecerle adaptaciones útiles para su futuro. Así, muchos alumnos con trastorno de Asperger
van a seguir el mismo programa educativo que sus compañeros, pero requerirán ayuda para la participación
en su grupo y para el aprendizaje de competencias sociales; mientras que otros alumnos, con mayor
discapacidad intelectual, van a necesitar un currículo diversificado que incluya aspectos prácticos para el
trabajo apoyado o la ocupación, la vida en la comunidad o la participación en actividades de ocio y tiempo
libre. No obstante, tanto unos como otros se beneficiarán de un currículo que contemple la enseñanza,
entre otras dimensiones relevantes para una vida de calidad, de la autodeterminación social – enseñar a
elegir y a tomar decisiones – el fomento de las relaciones interpersonales significativas, el bienestar físico y
emocional, la comprensión y defensa de los derechos.
El plan individualizado de apoyo no debe suspenderse al llegar a la vida adulta. De nuevo, y siempre en
función de sus características personales, el adulto con autismo va a requerir una educación continuada; la
provisión de un entorno que se ajuste a sus necesidades individuales, y la recepción personalizada de
apoyos sociales que le posibiliten una vida de calidad.
14. ¿Hay medicamentos para el autismo?
No existen todavía medicamentos específicos que influyan directamente en los síntomas del autismo. Sin
embargo, se administra medicación psicotrópica a una parte significativa de este colectivo (entre un 30% y
un 50% según los datos de diferentes programas nacionales o extranjeros) para tratar de disminuir otros
problemas que la persona pueda tener; con la esperanza de conseguir que su efecto les permita participar y
beneficiarse de otras terapias (pedagógicas, psicosociales, lúdicas...) o mejore su calidad de vida.
Las guías consensuadas internacionalmente recomiendan administrar los ISRS (inhibidores selectivos de
re-captación de la serotonina, como la Fluoxetina), para los síntomas de ansiedad, depresión y/o trastorno
obsesivo-compulsivo. Recientemente se ha señalado que, en el caso de niños con trastorno depresivo, se
produce un ligero aumento de ideación suicida - 4% versus 2% con placebo – en la fase inicial de la terapia,
por lo que se recomienda una vigilancia adecuada en el comienzo del tratamiento. En la población con
autismo se han administrado estos productos para intentar disminuir los comportamientos repetitivos o
ritualistas, aunque no existen estudios controlados al respecto.
Durante muchos años se utilizaron los antipsicóticos conocidos como “típicos” o tradicionales, para tratar la
excitabilidad o comportamiento violento así como para disminuir las estereotipias en el autismo. Sin
embargo, su uso ha ido disminuyendo ante la aparición de efectos secundarios molestos y la disponibilidad
de nuevos medicamentos.
Se cuenta con dos estudios prestigiosos, realizados con todas las garantías metodológicas, en esta
población; estudios generados por el RUPP Autism Network del Instituto Nacional Norteamericano de
Salud. El primero de ellos ha comprobado que la irritabilidad presente en los niños con autismo es tratable
con un fármaco – la Risperidona – que la mejora, hasta el punto de tener un impacto positivo en la vida
general del niño. El seguimiento posterior ha mostrado que los avances se mantienen al año y medio; que
el suspender el fármaco hace que recurra el problema y que no aparecen problemas no identificados de
efectos secundarios – a excepción, principalmente, del aumento de peso que se presenta, si lo hace, desde
el inicio. El segundo estudio, recientemente presentado aunque aún no publicado, demuestra que el
Metilfenidato – medicamento utilizado con alta eficacia en los niños con Trastorno de Déficit de Atención
con y sin Hiperactividad – puede ser administrado en la población con autismo siempre que ambos
trastornos ocurran asociadamente. Hay que señalar que a diferencia de la población sin autismo que tolera
favorablemente este fármaco; en el caso del autismo hay que suspender el tratamiento el 20% de las veces
por la aparición de marcada irritabilidad. Muchos otros fármacos se están ensayando en estas personas y
se puede anticipar que nuevas investigaciones aporten alternativas terapéutica nuevas, así como datos
9
farmacogenéticos que orienten sobre el perfil genético de las personas que van a responder más
favorablemente a los medicamentos.
La administración de estos fármacos – a excepción de los antiepilépticos para las convulsiones - requiere
frecuentemente su uso “fuera de prospecto”; esto es, la hoja informativa del medicamento frecuentemente
no incluye en su autorización oficial o bien el problema del autismo o la edad del paciente o el problema a
tratar. En tanto que, frecuentemente, la persona con autismo no posee la capacidad para transmitir los
efectos (positivos y negativos) que percibe con un medicamento, es obligatorio el seguir un proceso
cuidadoso, con participación informada de las personas de su entorno, revisiones frecuentes y valoración
cuidadosa del efecto de la farmacoterapia.
15. ¿Qué garantías ofrecen las terapias alternativas?
Numerosas terapias han sido propuestas a lo largo de los años para “tratar” el autismo. Algunos
profesionales han sugerido el uso de animales (caballos, delfines) sin demostrar que tengan un impacto
específico en este trastorno. También se ha propuesto la musicoterapia, la fisioterapia o el arte, como
maneras de tratar el trastorno. Se puede decir que estos enfoques pueden ser gratificantes (o
desagradables) para el paciente que los practica y mantener que ofrecen situaciones para favorecer la
socialización y la comunicación, pero, fuera de estos posibles efectos inespecíficos, no existe garantía
comprobada de su eficacia terapéutica.
Otro grupo de terapias parten de convicciones no justificadas científicamente como el plantear que el
problema radica en una ambivalencia para establecer el vínculo emocional (proponiéndose entonces la
denominada terapia del abrazo forzado); un conflicto defensivo del niño frente a su entorno
(recomendándose en esta visión el tratamiento psicoanalítico del niño o de sus padres) o una alteración de
la percepción sensorial auditiva (planteándose entonces un tratamiento de estimulación auditiva con música
clásica o con otros sonidos). Debe insistirse que estos tratamientos no concuerdan con los conocimientos
actuales sobre el autismo; generan frecuentemente expectativas injustificadas de curación y son muy
costosos, por lo que cabe exigir que, antes de recomendar su uso, aquellos que los proponen y sus
defensores, aporten evidencia científica que justifiquen su lógica y su eficacia.
Existe un colectivo de profesionales y de familias que arguye que las dietas, en general libres de caseína y
de gluten, mejoran alguno de los síntomas de los pacientes. Estas dietas, en sí, no son peligrosas, pero son
difíciles de aplicar consistentemente y requieren del apoyo de una persona especializada en nutrición (a fin
de garantizar el aportar los nutrientes necesarios para el crecimiento y el desarrollo del niño). La teoría
subyacente a sus explicaciones (una supuesta excesiva permeabilidad del intestino de estas personas que
permitiría el paso de sustancias tóxicas que posteriormente pasarían de la sangre al cerebro) no ha sido
demostrada. Los estudios experimentales sobre las dietas no son concluyentes: en algunos casos se
encuentra una mejoría del comportamiento y del bienestar personal; en otros se ve lo contrario o, en
muchos, los resultados son mixtos. Cabe recordar la necesidad de mantener la visión de que en el espectro
del autismo coinciden personas muy diversas y que resulta inadecuado el plantear que un sistema tan
concreto y específico de tratamiento, que además no demostrado la validez de sus hipótesis, vaya a ser
universalmente útil. El criterio actualmente aceptado es que una dieta restrictiva, libre de algún o algunos
nutrientes, debe instaurarse sólo cuando la persona con autismo padece alergia y/o sensibilización
documentada con las exploraciones específicas a nutrientes concretos, y no sólo por el hecho de presentar
autismo.
Otros tratamientos son peligrosos o merecen una reprobación ética. En algunos países se están aplicando
tratamientos como la administración de extractos animales de toxicidad desconocida; compuestos químicos
como la secretina; inmunoterapia; dosis masivas de vitaminas que pueden generar efectos secundarios
considerables, etc. En el esfuerzo de hacer lo imposible para ayudar a estos niños, algunas familias buscan
continuamente nuevos tratamientos, e INTERNET – al igual que es una fuente importantísima de
conocimiento e intercambio - contribuye a una distribución no controlada de sus argumentos. En medicina,
para ser aceptado como un tratamiento reconocido, se deben completar estudios metodológicamente
sólidos, que han de ser revisados por agencias autorizadas y replicados por otros equipos no directamente
10
interesados en la terapia propuesta. Los sistemas alternativos de tratamiento frecuentemente confunden
“convicción personal” con demostración científica.
16. ¿Qué pronóstico tiene el autismo? ¿Se puede ayudar a estas personas?
Hoy por hoy no tenemos una cura para el autismo y su pronóstico, en general, es poco alentador,
especialmente si lo que se pretende es hacer desaparecer el trastorno. Los niños con autismo crecen para
ser adultos con autismo y conocemos varios aspectos que influyen en el pronóstico. Unos son inherentes a
cada caso concreto; así, aquellos niños que tienen una inteligencia – al menos una inteligencia no verbal –
normal y adquieren lenguaje a los cinco – seis años tienen mejor pronóstico que quienes no cumplen
ambos criterios. Se puede decir que cuantas más capacidades tiene la persona, mejor será su pronóstico,
aunque ello no signifique su normal desenvolvimiento en la vida adulta. Así tenemos ejemplos de personas
con trastorno de Asperger que han conseguido una vida adulta productiva y personalmente satisfactoria,
mientras que otros con el mismo trastorno no lo han conseguido. Otros elementos fundamentales para el
pronóstico, dependen de factores externos: cuanto antes se inicie una tratamiento es mejor y si existen
recursos comunitarios idóneos, la calidad de vida de las personas con autismo y la de sus familiares es
radicalmente diferente.
El no ser capaces de eliminar un trastorno no quiere decir, en modo alguno, que no sepamos cómo
ayudarles. Hemos pasado de culpabilizar a los familiares a reconocerles como el principal apoyo de la
persona con autismo; hemos pasado de separar al niño de su familia e internarlo en centros u hospitales
psiquiátricos a integrarlos en las escuelas y darles las ayudas para que lleven una vida normalizada con
todos los demás. Los avances biológicos se han acompañado de una multitud de nuevas técnicas
educativas que permiten su progreso y desarrollo. Si se analiza la evolución del conocimiento en estos
últimos veinte años, se comprueba que el pesimismo inicial asociado con este diagnóstico ha de ser
abandonado. La disponibilidad de redes comunitarias de apoyo para toda la vida, que se adapten
personalizadamente a sus necesidades, les permite ahora disfrutar de una vida de calidad, mientras
esperamos avances que nos faculten para luchar en la prevención y la cura de estos trastornos.
Este documento ha sido redactado por Joaquín Fuentes, con la aportación científica y posterior revisión del
Grupo de Estudio*, y de las personas contratadas para este proyecto.
ESTE MATERIAL ES DE DOMINIO PÚBLICO Y PUEDE SER REPRODUCIDO O
IMPRESO SIN PERMISO EXPRESO DEL INSTITUTO DE SALUD CARLOS III. Debe,
en todo caso, citarse la fuente de procedencia del mismo.
(*) El Grupo de Estudio está compuesto por las siguientes personas Manuel Posada (Director), Josep
Artigas, Mercedes Belinchón, Ricardo Canal, Ángel Diez-Cuervo, María José Ferrari, Joaquín Fuentes
(Coordinador), Juana Hernández, Amaia Hervás, María Ángeles Idiazábal, Juan Martos, José Antonio
Muñoz, Fernando Mulas, Simona Palacios, Javier Tamarit y José Ramón Valdizán. Han contribuido como
personas contratadas Hortensia Alonso, Leticia Boada y Eva Touriño. Al apoyo fundamental de la Obra
Social de Caja Madrid se debe sumar la contribución de Autismo España, FESPAU y la Asociación
Asperger de España, y la decisiva aportación del Instituto de Investigación de Enfermedades Raras del
Instituto de Salud Carlos III.